Tierras Móviles
Era en un principio, príncipe de un mundo invisible ante pupilas, cuando el tiempo permaneció inmóvil.
Llorado de la mar inmensa de fertilidad, consiguió mundo donde compartir sus órganos entretejidos a un cuerpo que amoldó medidas al golpe de la ley. De su uso, mas no de su pertenencia.
Logró, a través de él, conocer el dolor, el amor, la traición, los besos y otros amoldaron su etérea belleza a la alienante marca de dedos.
Quiso aprender de seres que sienten y por ende padecen, sentimientos en árboles, en flores, en niños, tierras de sentires, movibles tierras.
Nació del sudor de su frente, desde su presente, a través de su existencia, logrando el olvido trastornado.
Unidad de partículas del todo, en un pequeño laberinto de pieles. Ojos de luz en su frente, boca sabia de su niñez constante.
Hizo crecer su imaginación subido en árboles desde los cuales entonó vuelo de gaviotas hacia el principio del horizonte perdido.
Al sentir la inmensidad del océano etéreo interno, la aridez de semejantes colocó a su derecha. Y emprendió su camino delante del hombre como faro de luz. Tras de él, para alentarle en su paso primero. A su lado, para llorar juntos y bañar las rosas en flor del otorgue de sus manos y mantenerlas vivas, frescas.
Conoció en escalones, un pájaro gris. Gris tenue de tristeza, pero de sus túneles ojos quedó enamorado. Y sintió la felicidad en pulso rápido, en pulso tranquilo, Sintió estar feliz en caricias, en cosquilleos, en alegrías sudorientas.
Al conocer que compartían el mismo himno al ir y al venir entonaron sus verdaderas compuestas de notas musicales y le dieron el Sí al despertar. Comunicáronse secretos naturales escondidos en ellos y amaron lo que a cualquiera produjo vergüenza, regaron lo que a tantos hizo sentir nauseas, regaron lo que muchos llamaron muertos. Hicieron florecer al árbol sabio, viejo en ciudad nueva, joven.
Todo esto compartieron, en todo esto juntaron inquietudes. Más tanto fue lo buscado entre arbustos, tanta la profundidad del darse, tanto el descubrimiento a través de ojos, que el pájaro gris, ahora entre cortinas claras, tuvo de vestirse en el irse a mundos lejanos, a universos extraños, a entonar nuevos cantos.
Y entonó solo música de tristeza, música en huellas profundas, de un adiós interminable, de un “te amo” sin caricias ni sudores, sin mentiras ni lamentos.
Terminó su canción de aliento, y caminó hasta que observó sus huellas en la húmeda tierra. Despegó de raíces, chupadoras de alimentos y siguió en constancia su subida hasta desaparecer dejando sentires en ajena pertenencia.
Quedó el principito, quien subió nuevamente a su árbol de cuentos con su tinta sangrante, creando nuevos mundos en búsqueda de un sentimiento universal en árboles, flores, niños, tierras móviles.